Cuando Rafa ganaba todos los torneos de tierra en su época de formación siempre le preguntaban por Roland Garros y la tradición de victorias españolas en la capital francesa. Él, siendo un niño, siempre respondía lo mismo: “Yo lo que quiero es ganar Wimbledon”. Hizo realidad su sueño en la edición de 2008, en la bautizada final a oscuras, la más larga de la historia, que terminó con Nadal llorando de alegría y Roger Federer llorando de pena. El manacorí no conocía otro rostro que no fuera el del suizo en la final del torneo inglés. Federer estuvo en la cita del año pasado pero faltó Nadal, aquejado de una tendinitis crónica en ambas rodillas. Roger recuperaba su corona ante Andy Roddick y el cetro ATP.
Esta vez es el suizo quien no luchará por el trofeo y quien seguirá desde Dubai las evoluciones del primero del ranking, que aspira a su octavo Grand Slam con sólo 24 años, algo sólo a la altura de Björn Borg, presente en el palco de la central.
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